CIUDAD DE BUENOS AIRES (Idesa)/U24.
A medida que se aproxima el cambio de gobierno aumenta la ansiedad por
dilucidar qué puede llegar a ocurrir con la cotización del dólar. Para un grupo
reducido de personas se trata de un interés especulativo, en el sentido de que
acertando en los pronósticos pueden obtener ganancias financieras. Pero para la
mayoría el tema es relevante porque la cotización del dólar tiene alta
incidencia en el resto de los precios de la economía y, por esa vía, en el
bienestar de la población. Incluso, como lo demuestran experiencias pasadas,
los niveles de pobreza son muy sensibles a lo que ocurra en el mercado
cambiario.
El abordaje del tema en la campaña electoral es acorde
a la sensibilidad que genera. Procurando generar optimismo se ilusiona
con la posibilidad de una importante entrada de divisas cuando, por la
reducción de las retenciones a las exportaciones y la desarticulación del cepo
cambiario, los productores se decidan a liquidar sus exportaciones retenidas y
la mayor confianza induzca un masivo ingreso de capitales desde exterior.
Aunque la atención está en el mercado cambiario es
aconsejable mirar también la emisión monetaria. En este sentido, los datos
oficiales señalan que:
> En el año 2010 la base monetaria, es decir la
cantidad de pesos emitidos por el Banco Central, ascendía a $160 mil millones.
> A noviembre del 2015, la cantidad de pesos
emitidos asciende a $570 mil millones.
> Es decir, en los últimos 5 años se emitió a
razón de $230 millones por día.
Estos datos muestran la enorme emisión de pesos que se viene
haciendo en los últimos años. Para tener un punto de referencia, mientras que
el PBI –es decir, la cantidad total de bienes y servicios que genera el país–
creció a razón del 2,5% anual en los últimos cinco años, la expansión de pesos
emitidos lo hizo a razón del 29% por año. Es decir, desde el año 2010 la
cantidad de dinero emitida creció 10 veces más que la producción.
Semejante exceso monetario impacta sobre todos los
precios, incluido el dólar. Ante las crecientes presiones inflacionarias, el
principal paliativo al que apela el gobierno son los controles cambiarios. En
esta dirección, se limita la venta de dólares a ahorristas, se controlan las
importaciones y se prohíbe el envío de utilidades al exterior. Las
consecuencias son los procesos productivos trabados por falta de insumos y
equipos importados, las reservas del Banco Central cayendo sin freno y las
inversiones estancadas afectando la competitividad de toda la economía.
En la campaña electoral pululan las
ambigüedades y los planteos oportunistas. Pero a partir del 10 de diciembre no
hay otro camino que un cambio de estrategia. La cuestión más importante y
compleja no es cómo salir del cepo sino cómo detener la desenfrenada emisión de
pesos. Teniendo bajo control la expansión monetaria, la tranquilidad al mercado
cambiario es una cuestión relativamente simple de resolver.
La principal fuente de emisión de dinero es el déficit
fiscal. Como no hay margen para seguir aumentando los impuestos y las
posibilidades de acceder a endeudamiento público es limitada, resulta
ineludible bajar el gasto público. Para ello, se puede reducir el empleo
público redundante, combatir la corrupción y modernizar la gestión del Estado.
Pero un paso clave es reducir los subsidios económicos no estratégicos. Esto
requiere regularizar las tarifas de los servicios públicos y achicar el déficit
de las empresas públicas.
Prometer que no habrá devaluación ni aumento de
tarifas es faltar a la verdad. Para evitar la devaluación es clave que los
precios de los servicios y las empresas públicas cubran sus costos para así
dejar de emitir dinero a fin de compensar la diferencia. Con
profesionalismo se puede minimizar el impacto social a través de tarifas
sociales focalizadas en los hogares más pobres. Por el contrario, perseverar
con los subsidios económicos es prolongar el descontrol monetario lo que
preludia la próxima gran devaluación.
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