Por
Ian Talley
ANTALYA, Turquía—A los líderes mundiales se les agotan las
opciones para reanimar una endeble economía global.
Después de aprovechar durante años el apoyo de sus bancos
centrales, a las principales economías del mundo les cuesta hallar medidas
viables para combatir un panorama cada vez más sombrío. También afrontan una
serie de nuevos desafíos, desde problemas políticos a crisis de seguridad, que
nublan el horizonte y plantean dudas acerca de su capacidad para evitar que la
economía global caiga en un bache de largo plazo.
Esta es la realidad que enfrentan los líderes del Grupo de
los 20 mayores países industrializados y en desarrollo, que este domingo
comenzaron su cumbre anual en Turquía. La desaceleración de China y la
agitación en los mercados emergentes han realzado las preocupaciones durante
meses. Ahora, la crisis de refugiados en Europa y los renovados temores tras
los atentados terroristas del viernes en París desvían la atención de las dificultades
económicas subyacentes, que ya habían resultado difíciles de arreglar.
Frente al desafío de la crisis financiera en 2009, el G-20
pasó a ser la junta ejecutiva de la economía mundial. Logró coordinar una
respuesta de magnitud inusitada compuesta por inyecciones de gasto público y el
respaldo de los bancos centrales. Desde entonces, sin embargo, estos países han
tenido dificultades para reactivar su anémico aparato productivo y sus
capacidades de coordinación muestran signos de agotamiento.
Hace dos años, el G-20 puso en marcha un plan de US$2
billones para impulsar el crecimiento mundial en dos puntos porcentuales
mediante un aumento de la inversión en infraestructura y reformas para
estimular la productividad y la competencia. El grupo se ha visto obligado a
retrasar el lanzamiento de las reformas prometidas en medio de un aluvión de
desafíos políticos. El Fondo Monetario Internacional, integrado por 188 países,
ha moderado varias veces sus perspectivas de crecimiento.
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Se han producido, en todo caso, avances menos ambiciosos.
Funcionarios en Antalya dicen que han implementado más o menos la mitad de las
1.000 políticas esbozadas por el G-20 el año pasado. Tales medidas, calculan,
deberían agregar 0,7 puntos porcentuales a la expansión en cinco años.
El G-20 acordó el mes pasado un pacto internacional
destinado a frenar la evasión de impuestos de las multinacionales. Esto podría
ayudar a prevenir la erosión de ingresos públicos, estimada entre US$100.000
millones y US$240.000 millones al año. Europa, por su parte, resalta su nueva
supervisión bancaria centralizada, que busca introducir el crédito necesario
para estimular el crecimiento, a pesar de que esa política se ha estado
gestando desde 2012.
Todas estas iniciativas, sin embargo, proporcionarán escaso
apoyo a una economía global en franca desaceleración.
“La pregunta que cada líder debería plantearse es: ‘¿dónde
está el crecimiento?’”, asevera Thomas Bernes, académico del Centro para la
Innovación de la Gobernanza Internacional, con sede en Canadá, y ex miembro de
la junta del FMI. “La estrategia que han adoptado (...) no ha funcionado. ¿Qué
sigue?”.
La avalancha de estímulo fiscal que ayudó a impulsar el
crecimiento en 2009 transformó una recesión global en una expansión en 2010,
pero también llevó los niveles de deuda a niveles peligrosos, dejando a los
gobiernos con pocas ganas de volverse a llevar la mano al bolsillo.
Los bancos centrales de las economías desarrolladas obtienen
ahora menos resultados por el dinero que destinan a la compra de bonos. También
les cuesta más estimular un crecimiento a punta del crédito, conforme las tasas
de interés siguen en mínimos históricos. Algunos países han tratado de empujar
las tasas de interés a territorio negativo, cobrándoles a los depositantes para
mantener el dinero en sus cuentas, en un intento por estimular el gasto y la
inversión.
Los altos niveles de deuda han dejado poco apetito para
aumentar el gasto público. Aunque los déficits fiscales se han recuperado de
sus niveles más tóxicos, en los países ricos siguen siendo el doble que antes
de la crisis. Y aunque Europa trata de dejar atrás su crisis de deuda, la
llegada de refugiados de Medio Oriente y África del Norte ejerce una renovada
presión sobre los presupuestos.
El único país grande que podría generar una mayor demanda en
la región, Alemania, ha rechazado de plano los llamados a aumentar el gasto
fiscal.
Mientras tanto, los principales motores que sacaron a la
economía mundial de la crisis —los mercados emergentes— enfrentan una serie de
problemas que limitan su accionar. El desplome de los precios de las materias
primas, la desaceleración de China y la fuga de los inversionistas ponen de
manifiesto debilidades profundamente arraigadas. Muchos han llegado al límite
de su capacidad para expandirse sin tener que hacer reformas fundamentales,
pero la política interna torna difícil esas reestructuraciones.
Con pocas excepciones, estos dolores de cabeza los han
dejado sin el dinero necesario para reactivar la demanda.
Antes de la recesión de 2009, las economías emergentes
tenían en promedio superávits fiscales. Ahora, acumulan déficits promedio de 4%
del Producto Interno Bruto. Sus niveles de deuda en general se han disparado.
El Instituto de Finanzas Internacionales, un grupo de la industria global,
estima que la deuda de los mercados emergentes ha aumentado en US$28 billones
para alcanzar casi 200% de su PIB combinado, comparado con alrededor de 150% en
2007.
El FMI advierte que una ola de préstamos morosos no sólo
limitará la capacidad crediticia de los bancos, algo fundamental para impulsar
el crecimiento, sino que también puede pesar en los balances de los gobiernos.
Con un panorama internacional tan severo, el mundo depende
ahora en gran medida de EE.UU. como consumidor de última instancia.
Maurice Obstfeld, el nuevo economista jefe del FMI, no prevé
una caída inmediata de la economía global. “Pero un crecimiento claramente
tibio y disparejo aumenta el riesgo de caer en recesión”, indicó.
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